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Exilios políticos de Benjamín Vicuña Mackenna

Solapas secundarias

Vicuña Mackenna y la jornada revolucionaria de 1851

A inicios de 1850 se removió el precario equilibrio de la construcción republicana, cuando la lucha por la presidencia enfrentó a liberales y conservadores en una guerra civil en la que participó activamente Vicuña Mackenna desde su tribuna de joven político y comandante de un regimiento militar.

A los 19 años fue elegido secretario de la Sociedad de la Igualdad, club de inspiración francesa que se transformó en la primera escuela de experiencias asociativas que apeló directamente al artesanado y desempeñó un papel protagónico en la agitación contra la administración de Manuel Bulnes.

Debido a sus actividades opositoras, el gobierno prohibió su funcionamiento y designó al conservador Manuel Montt como candidato presidencial oficial. Como respuesta, el 20 de abril de 1851 estalló en Santiago la insurrección liderada por el coronel Pedro Urriola, a quien Vicuña Mackenna sirvió como ayudante de campo al mando del regimiento Valdivia.

El alzamiento se extendió a Copiapó, La Serena, Elqui, Huasco, Ovalle, Illapel, Valparaíso y Magallanes.

Apresado por su participación en estos actos, Vicuña Mackenna se fugó de la cárcel vestido de mujer y después de cabalgar durante cuatro días junto al político y militar José Miguel Carrera Fontecilla, arribó a La Serena donde se sumó a las fuerzas revolucionarias y ejerció como gobernador de Illapel por unos días.

Sin mayores conocimientos ni experiencia militar, sus tropas sufrieron una aplastante derrota en el valle de Aconcagua. Obligado a huir a la residencia de sus padres, pocos meses después salió a cumplir su primer destierro político.

Mientras tanto, en el sur, las tropas opositoras vencidas por el general y Presidente Bulnes se rindieron el 14 de diciembre en el campo de Loncomilla, en la Región del Maule.

La Historia de la jornada de 1851 en primera persona

Vicuña Mackenna relató los antecedentes y sucesos de esta guerra civil en su libro Historia de la jornada de abril de 1851. Una batalla en las calles de Santiago, que publicó en 1878.

El texto se remonta a 1849 y está construido sobre la base de sus memorias, recuerdos e impresiones, las que cotejó con los apuntes de su diario, las cartas que le enviaron los protagonistas de la insurrección y los periódicos oficialistas y opositores.

Ya en el prólogo asume el lugar de cronista, historiador, testigo y actor activo: «No nos ha sido dable excusar frecuentes alusiones a nuestra participación en los acontecimientos, a nuestros juicios individuales de aquella época y de la presente sobre los hombres y los acontecimientos […] En cuanto a las comprobaciones, que es también un viejo sistema en nuestra manera de escribir la historia, el lector las encontrará abundantes en la página correspondiente del testo o en el numeroso apéndice de documentos que se encuentra al fin del libro» (1878, 7).

Al igual que en el libro Los girondinos chilenos, abundan las analogías con la gesta revolucionaria francesa. A la identificación simbólica de los jóvenes pipiolos con Robespierre o Danton, se sumó la composición del himno «La Igualitaria» y el levantamiento de la primera barricada callejera, a imitación de las que asolaron París los primeros años del siglo XIX:

«Los civiles revolucionarios, apenas llegados a la Alameda se había ocupado en formar una especie de barricada 'a la francesa' bajo la dirección científica de Francisco Bilbao, entre las esquinas que forman las iglesias de las Claras y de San Juan de Dios, separadas apenas una de otra por una distancia de sesenta pasos. [La barricada estaba formada por] barracas de madera y frutos del país […] algunos tablones, vigas y especialmente sacos de nueces» (Vicuña Mackenna 1878, 567).

Con el tiempo ironizó sobre sí mismo y sus compañeros embriagados por la hazaña, particularmente acerca de Santiago Arcos, cuyas ideas tildó de un comunismo absurdo y turbulento. Sin embargo, validó los principios que dieron vida al motín, específicamente la defensa de las libertades frente a cualquier tipo de autoritarismo gubernamental.

Con el ánimo de conciliar a la elite en pos del éxito republicano, dedicó el libro al liberal Eusebio Lillo, y al comandante del cuerpo de artillería que repelió el motín de 1851, Marcos Maturana: «A vosotros, nobles amigos, que combatisteis como leales, frente el uno del otro, en el lúgubre y memorable día que este libro especialmente recuerda; está consagrado su espíritu que es solo de amor, de reconciliación y patriotismo».

Resaltar estos ejemplos por su alto valor cívico y aleccionar a las próximas generaciones, fue una de las funciones que Vicuña Mackenna asumió en su rol de historiador, pues para él la escritura era un ejercicio activo que debía contribuir necesariamente a la consolidación de la emergente nación.

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