Aparador francés de estilo gótico
Hacia mediados del siglo XIX tanto hombres como mujeres de la élite chilena, se permitían viajes a Europa, centrando principalmente su atención en Francia e Inglaterra. Muchos fueron a Europa a educarse y "con el tiempo les cupo una destacada participación en el desarrollo de diversas áreas del quehacer nacional, sobresalieron en el gobierno y en la diplomacia, en los rangos superiores de la administración pública, en el desarrollo de la Universidad de Chile, en la prensa política...", según consigna el historiador Manuel Vicuña, en su libro "La belle époque chilena".
Viajar implicaba una formación literaria y artística y una educación del gusto estético. Los jóvenes aristocráticos tenían la oportunidad de viajar al viejo continente, donde podían descubrir los encantos escondidos de París, entre otras capitales europeas.
El ideal de persona cultivada se reflejaba en estos viajes, en los cuales se tomaba contacto con las fuentes del arte y la arquitectura occidentales. En aquella época, París era vista como la metrópolis moderna por antonomasia, encarnación de la cultura, la belleza y la civilización.
Los viajes ocuparon un lugar importante en la vida de Benjamín Vicuña Mackenna. Él muchas veces señaló que viajaba porque tenía la necesidad de hacerlo, y no sólo por placer. Se fue al exilio en dos ocasiones (1851 - 1858), y en otras ocasiones viajó como enviado especial del gobierno, y también por motivos personales.
Sus viajes abarcaron Chile y el extranjero: Perú, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, México, Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, Suiza y España.
En su último viaje al extranjero, recorrió Francia en busca de aguas termales para la salud de su esposa, Victoria Subercaseaux. Este país le producía gran admiración, tanto por su cultura, como por las transformaciones urbanísticas realizadas en París por el Barón Haussmann, que luego Vicuña Mackenna intentó replicar en Santiago, para hacer de ésta "el París de América".
En este último viaje pudo admirar también la decoración, de donde trajo ideas para su propia casa. Mandó a hacer el mueble que este mes es el objeto destacado.
Este aparador francés de estilo gótico está hecho de madera de nogal, con distintos niveles de relieve, tallados y torneados. Se ubicaba en el comedor de la Casa Quinta y servía para guardar los menajes y enseres asociados a este espacio, tales como la loza y la cuchillería.
Los relieves de este aparador muestran el relato de algunos pasajes de la vida de Juana de Arco y la coronación del rey Carlos VII en Reims, elementos que dan cuenta del interés que tenía Benjamín Vicuña Mackenna por la cultura e historia francesa, algo que era bastante común entre la clase alta de la época en Chile y que se llamó "afrancesamiento de la élite", pues seguían las modas y formas de sociabilidad que provenían de Francia.
Estos muebles fueron clásicos entre los años 1870 y 1890 aproximadamente, y eran mandados a hacer a París por las familias más acomodadas de la sociedad chilena, a una fábrica que realizaba diseños personalizados, pues sus detalles y tallados eran elegidos por cada comprador.
El diseño se debía aprobar en cinco días, para luego comenzar la fabricación del mueble, el cual llegaba dos años después, desarmado y con un ebanista que terminaba los detalles en la propia casa.
La altura y el ancho de este aparador, dan cuenta de las dimensiones que tenía el comedor de la Casa Quinta, el cual era capaz de albergar un mobiliario de este tamaño.